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¿Qué le preguntaría a Lucia Berlin?

Carlos Fuentes escribió: «Decidí también nunca conocer personalmente a Borges. Decidí cegarme a su presencia física porque quería mantener, a lo largo de mi vida, la sensación prístina de leerlo como escritor, no como contemporáneo…» [1], y esa es la actitud que me gusta seguir con respecto a los artistas que admiro.

Lucia Berlin, como persona, es hasta cierto punto un misterio, aunque como escritora da la impresión de ser muy transparente respecto a ella misma.

Mezclando realidad cotidiana con «realidad aumentada» (el truco de poner una lente que magnifique las situaciones) y las experiencias poco comunes vividas de primera o de segunda mano, parece que el libro póstumo de Lucia Berlin (Manual para mujeres de la limpieza, 2015) conformaría una autobiografía similar a la del personaje de El gran pez (quizás la última obra maestra de Tim Burton, estrenada en 2003, basada en una novela de Daniel Wallace de finales de los 90).

Las preguntas que primero se me ocurrieron para este ejercicio fueron:  ¿cuál era la intención de Lucia al escribir? ¿Quería publicar y ser conocida por sus obras? ¿Escribía como terapia para contrarrestar los diversos contratiempos que al parecer tuvo su vida? ¿Simplemente escribía porque para ella escribir era casi tan importante como respirar? Y terminé quedándome con la de ¿realmente sería importante encontrar respuesta a estas preguntas? Me respondí que para mí no.

Lo que parece claro es que Berlin leía mucho, y no es raro el hecho de que quien lee mucho tarde o temprano experimenta deseos de escribir. Sumemos el hecho de que vivía mucho, experimentaba mucho y observaba otro tanto, además de tener el don de expresarlo en palabras.

Todo autor o artista termina hablando de sí mismo en sus obras. A veces un poco y a veces demasiado. De entrada, un escritor utiliza su propio vocabulario, lo cual ya es parte de su identidad, de su individualidad. Pero no necesariamente se retrata de manera completa en sus escritos.

Thomas Harris deja algo de sí tanto en Hannibal Lecter como en la agente Clarice Starling (El silencio de los inocentes, 1988; llevada al cine por Jonathan Demme en 1991) sin que Harris haya sido un asesino serial ni un agente del FBI.

La colección de relatos de Lucia Berlin en el Manual, me resulta algo similar al cancionero de Bob Dylan, el compositor está allí, pero no de manera clara ni directa. Algo que muestra Todd Haynes en la película Mi vida sin mí, I’m Not There de 2007, donde se forma un retrato existencias y experiencias de Dylan a lo largo de las distintas transformaciones de su vida representadas a través de distintos personajes: desde el niño negro que escapa de casa hasta el hombre otoño-invernal que regresa a lo natural a esperar que se cumpla el apocalipsis, pasando por el poeta maldito y el esposo machista, sin que falte el cristiano renacido de hueso colorado, interpretadas cada una por diferentes actores. Todos son Dylan, pero a la vez Dylan no está allí, igual que en sus canciones.

Muchos artistas en las entrevistas que les hacen, quisieran centrarse en hablar de su obra y no de sus vidas, de su arte y no de sus personas.

Por experiencia prefiero centrarme en la obra y no en el artista. Los artistas son personas, y por sublimes que sean sus obras, conocerlos nos conduce, con una probabilidad del 99.96%, al desencanto. Los autores se subliman en sus obras, llegan a alturas que ellos como personas no pueden alcanzar. Son las alas que los acercan a las estrellas, pero sus biografías objetivas pueden ser el sol que derrite dichas alas. Nadie puede ser consagrado como santo mientras esté vivo, así creo que lo exige el Vaticano, porque todo ser vivo puede decepcionarnos o traicionarse. Aunque, honestamente, ¿no es injusto glorificar a alguien y poner su persona a la altura de su obra?

Saber de las vidas de DeNiro, DiCaprio, Céline, Calamaro, Sabina, Lennon, Bono y un largo etcétera, puede conducir a que dejemos de disfrutar de sus artes, lo cual no es un acto de justicia, pero  tampoco es justo que los glorifiquemos a ellos y los pongamos al nivel de sus obras.

Por lo anterior es que creo que de haber tenido la oportunidad de preguntarle algo a Lucia Berlin, después de conocer su obra, yo no le preguntaría nada sobre su vida, nada de su persona en sí, sino trataría de conversar con ella sobre las obras que admiraba, las que le impactaron y tratar de saber por qué eran importantes a su juicio. Intentaría que me compartiera un poco de esos tesoros que no cupieron en sus escritos.

Lo que Berlin quiso decir de su vida creo que está ya dicho en su obra, y si hubiera querido decir más, hubiera escrito una autobiografía, que sería quizás igual de ambigua o esquiva como la de Bob Dylan (Crónicas, 2004), Groucho Marx (Groucho y yo, 1959), Morrissey (Autobiography, 2013), Dalí (La vida secreta de Salvador Dalí, 1942 y Diario de un genio, 1983) o Gandhi (La historia de mis experimentos con la verdad, 1925), o quizás honesta y reveladora como la de Malcolm X (La autobiografía de Malcolm X, coescrita con Alex Haley, 1965) o Luis Buñuel (Mi último suspiro, coescrita con Jean-Claude Carriere, 1982), estas dos últimas las únicas autobiografía que conozco en las que a mi parecer el autor se revela a sí mismo sin muchos adornos ni omisiones importantes.

[1] Borges: la plata del río

lucia berlin

febrero 1, 2024 at 7:04 pm Deja un comentario


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