Archive for septiembre, 2011

Seassons in the sun

Ya es cosa de la edad. Hoy caminando como si nada, tranquilamente, sin rumbo, sin preocupación aparente, mi memoria, sádica como ella sola, me recordó un tema que sonaba mucho (con excesiva demasía) en las estaciones de radio durante mi, lozana y lejana a lotananza, infancia. Seassons in The Sun (de 1974). En ese entonces yo dudo que conociera del idioma inglés más cosas aparte de «chicken», «pen», «dog» y «window», pero algo en esa canción me detonaba una melancolía instantánea. Puede que sí, que la tonada sea triste, que la voz del que la interpreta sea latimera, y hoy que, para acabar bien el momento masoquista, dispongo de la investigación fácil de internet, me puse a buscarla y por fin supe lo que dice la letra, he llegado a la conclusión de que no sólo es lastimera, sino que es un himno al dolor, al drama tipo telenovela, y a la lágrima fácil. Ignoro datos del autor, quizá la escribió a raíz de un lamento o de una pérdida. Igual es la despedida que nunca oyó de una persona querida, o es el homenaje a una despedida real. Sea lo que sea, la canción fue un éxito. Es probable que desde ese lejano 1974 no la haya yo vuelto a escuchar, pero hoy mi cerebro la sacó del rincón de los recuerdos inútiles y me la puso, aunque tarareada con instrumentos de fondo. Fue como un fantasma de alguien olvidado haya querido hacerse presente, sin invitación.

septiembre 30, 2011 at 3:44 pm Deja un comentario

Siete razones por las que admiro las letras de Andrés Calamaro

7. Canciones que retratan ese sentimiento de molestia tras ciertas situaciones, que calienta hasta el alma y la reduce a cenizas, al menos momentáneamente. Ese calor desagradable que duele. Cuando uno termina confesando, con todo el dolor del corazón: «Me arde«. Y qué excelente el puente de la chica colombiana, UUUY. Viene en el Alta suciedad. La imagen de Calamaro adylaneado, pero bueno, al final Calamaro y no un mero wannabe.

6. «Mi cobain». Suenan las frases a disparates, frases geniales, que igual forman un cuadro que al final se entiende. Constante en mi memoria. Canción tatuada en mi mente. Excelente ritmo. «nadie miraba, pero se veía venir»

5. Con brutal honestidad confieso que no me gustan las corridas de toros, nunca me han gustado, pero por alguna razón me llama la atención todo lo taurino. No llegaré a ser de los fanáticos que hacen protestas contra ese arte (que no nos guste es una cosa, pero de que es arte, pues sí lo es), precisamente porque tampoco nadie me obliga a asistir a las corridas. Siempre he pensado que podría hacerse algo sin tener que matar o desangrar a los toros, pero bueno, por algo las cosas son como son. En fin, fue a través de esa curiosidad-gusto por la fiesta taurina que descubrí a Calamaro. Una noche mi amigo Juan (fan de la tauromaquia, como lo era mi padre), estaba en mi casa tomando cerveza con mi hermano y conmigo. En eso sacó un CD (Alta Suciedad) y lo puso en el reproductor eligiendo «El tercio de los sueños» porque de acuerdo a él la canción era ‘taurina’, como mi familia. Aunque el argumento que usó no es del todo cierto (empezando por mí) se le agradece que lo haya encontrado para presentarnos a Calamaro a través de esta excelente canción.

4. En un ritmo machacón que hipnotiza y evoca ese camino algo cansado, ese momento en el que sólo se necesita (y requiere) cerrar los ojos para caer en un profundo sueño, es lo que me inspira esta canción. Sólo descansar, sin soñar, que ese sueño dejó un mal sabor en el paladar. Con letra no de poesía tradicional, pero de magia increíble, esta caanción es de las pocas que puedo escuchar una y otra y otra y otra vez, sin cansarme. También de las que a veces recuerdo de manera súbita en esa bodega revuelta que es mi memoria. «Voy a dormir», incluido en el Honestidad Brutal. ¡Pero qué letra!

3. Una de las ciento y tantas canciones del álbum quíntuple titulado el Salmón. Debe ser mi álbum calamaresco favorito (pero difícil decidir si no lo son también el Alta suciedad y el Honestidad brutal). En este Blues se narra al principio un milagro en el estudio de grabación, lo cual es ya en sí interesante, pero lo que más me atrapa es la letra. Las palabras tienen ritmo propio, las ideas llueven en esa canción y van impregnando imágenes en la mente. Todo pasa durante el recorrido de un colectivo (el 60) en el que increíblemente viene al caso Ulises (por una breve disertación sobre la palabra sirenas). «Qué ritmo triste»

2. El salmón (del álbum mencionado, que lleva el mismo nombre). Ese llevar la contraria, esa canción que le dio el mote entrañable a Calamaro. De esas canciones que no cansan, que se llevan tatuadas en la mente. Cuántas veces no me he dicho «quiero arreglar todo lo que hice mal…» Todo un himno para mí. De esas que me ponen a brincar en los conciertos (ajá, ocasionalmente lo hago, y con esta canción lo he hecho sin una gota de alcohol adentro)

1. El ritmo buenísimo. La letra de la que literalmente no entiendo casi la mitad, pero que a la vez parece que algo en mí la entiende, o quién sabe si hipnotiza. Se incluyen referencias escatológicas. Muy divertida. Sin duda mi canción favorita de Calamaro, por la que es tan importante para mí como compositor y letrista. Un tema aún no incluido en ningún álbum oficial del comandante Calamaro.

septiembre 23, 2011 at 5:12 pm Deja un comentario

Llévenme al sanatorio

Llévenme al sanatorio, porque esto ya pasa de lo que era tolerable. Estoy enfermo y cansado, ahora me pesan hasta el alma y mi sombra. Estoy harto de desconfiar hasta de mí. No fueron muchos ríos los que crucé, pero fueron los suficientes para perderme y perder la razón en el camino. No hay ya motivos, así que llévenme al sanatorio a ver si al menos se me borra la memoria tras envolverme de olvido. Mis llaves no abren ya ninguna puerta, mi voz no la percibe ni el eco. Sigo escribiendo, pero todo es más frío que el polo. Ahora no me calentaría ni bailar en el sol. La bandera pirata acabó quemada y tragada por la polilla, los únicos hilachos que conservé están en el arcón que vendí huyendo de la beneficencia. No hay mucha ciencia, vivir tiempo extra siempre termina mal. Por eso llévenme al sanatorio, quizá de allí me pasen a un lugar donde pueda descansar en paz.

septiembre 20, 2011 at 3:14 pm Deja un comentario

Despedidas

Esas despedidas. El adiós de la persona querida que el destino aleja a muchos kilómetros, es una despedida que ansía el juramento del reencuentro. Muchas veces he vivido las despedidas que son el fin de la línea, el hasta aquí llegamos, que a su vez se dividen en esas de «que tengas suerte» y en las de «que te vaya bonito, pero no quiero ya saber nada de ti»; la última subdivisión a veces es mero eufemismo cuyo real significado es «vete al carajo». El adiós que más duele es precisamente el que no se da, cuando importa mucho darlo. El adiós de las relaciones pendientes. La separación de la persona a quien no le dijimos «te quiero», cuando siempre la llevamos en el corazón. Imagino que debe existir la despedida del olvido, de esos que se fueron, o que a veces ahí están, pero que ya no son nada para nuestras vidas. No me gustan las despedidas, de ninguna especie, aunque sean necesarias.

septiembre 18, 2011 at 8:40 pm Deja un comentario

La revolución de una era

Era hija, era hermana, era madre, era esclava, era jefa, era empleada, era amante y era golpeada. Hasta que un día decidió ser ella, guardando las dosis que le convenían de su antigua era.

septiembre 13, 2011 at 6:35 am Deja un comentario

Orgullo

“Toc, toc”. Sonido de algo metálico. No oprimieron el botón del timbre, no jalaron la cuerda de una campana que suena gracias a su sano badajo. Simplemente alguien, encontrando la manera más segura de llamar la atención, golpeaba el buzón de la entrada con algo metálico, para que otro alguien saliera de la casa (léase ‘yo’, por ser la única persona presente en el hogar).

Al abrir la puerta me encuentro con un pordiosero en el penúltimo nivel de la miseria. El tipo no era más viejo que yo, no le faltaba ninguna parte de su cuerpo, vestía harapos, una gorra roída en su cabeza desgreñada y despedía un ‘aroma’ mezcla de suciedad añeja y agua de riñón concentrada, con un fijador que seguro envidia cualquier casa de cosméticos de Francia.

El tipo, de piel curtida por el sol y con barbas de Robinsón Crusoe, me dice con una voz débil, apenas un susurro, en un tono sumiso, lastimero, cantarín y que inspira piedad: “¿no tiene agüita o comidita que me regale?”

Confieso carecer de un buen corazón, la piedad se me ha deslavado con el paso de los años, por lo tanto ignoro qué fue lo que me pasó. Igual la culpa la tiene el inclemente sol del mediodía, o quizá el recordar que el agua no se le debe negar a nadie… el punto es que le respondo al tipo que me espere un momento, cierro la puerta y me pongo a buscar una botella de agua de litro y medio, de las que bebo yo, nueva y sellada para dársela al pobre hombre.

Con la botella en la mano voy a emular al buen samaritano, de manera modesta y mucho menos bíblica que la historia original. Salgo y le entrego el agua al pordiosero, quien sentado con comodidad en la acera la recibe y de inmediato me dice, con la misma voz y el mismo tono con el que me pidió el agua momentos antes: “¿No tiene dinerito o algo que me regale?”

“No, lo lamento, no tengo dinero”, le respondo como quisiera responderle a la Secretaría de Hacienda cada que me obliga a pagar los ridículos impuestos que jamás veo reflejados en mi país.

El pordiosero, transformando su carácter, con una voz estentórea y potente, pero conservando su apariencia arruinada, en un tono de máximo emperador del mundo antiguo (igual es la reencarnación de Alejandro, o de Augusto) me dice con el mayor desdén que he presenciado en años: “¡Ah!, pues toma tu agua”, y me devuelve la botella.

Empapado de orgullo, el Luis XIV de la miseria, se pone de pie, recoge sus pertenencias y se retira con la frente en alto, paso majestuoso y sin mirar atrás.

Yo me quedo asombrado, pensando que es una maravilla que aún existan seres tan seguros de sí y con la convicción de que si piden agua, la gente tiene la obligación de regalarles oro. Sintiéndome un insecto kafkiano simplemente regreso a mi casa con mi botella de agua para reflexionar sobre la lección.

septiembre 1, 2011 at 1:34 pm 2 comentarios


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