¿Qué carajos le está pasando al mundo?

A principios de los 1960 sucedió que a John Huston se le ocurrió hacer una película con guión de Arthur Miller y protagonizada por una mezcla extraña de actores. «The Misfits» resultó ser la última película tanto de Clark Gable (muy maduro entonces) como de Marilyn Monroe (un masacote de conflictos personales, traumas y demás problemas en un lindo envoltorio), y una de las últimas cintas de Montgomery Clift (de quien entonces la mismísima Marilyn dijo algo así como: «no me imaginé conocer a alguien que estuviera peor que yo»). Y sí, al parecer Marilyn no era el no va más de la jodidez personal.

Gable tenía cáncer, y le dolía casi todo, pero se aguantaba y era lo más profesional que podía. Clift le jugaba bromas pesadas a Gable (¿sería porque Gable representaba todo aquéllo que Clift despreciaba de Hollywood?, éxito, star-system, glamur… a saber), el caso es que Monty se pasaba de cabrón con Clark. Una de las cosas que dicen que Clift le hacía mucho al rey era golpearlo como camarada, pero con cierta fuerza de más, molesta en muchas ocasiones, molestia que se duplicaba con la hipersensibilidad del cáncer de Gable, quien en una ocasión, tras recibir otro golpe amistoso de Clift, se hartó, y le gritó: «¡DEJA DE HACER ESO!», tras lo cual Clift se quedó pasmado y rompiendo a llorar se alejó de ahí sollozando. Clark Gable quedó sorprendido, cadrioculado y patidifuso, ante esta inesperada reacción y digo algo como: «Alguien me puede decir ¿qué carajos le está pasando al mundo?».

Eso es algo que todos, al cumplir cierta edad, nos preguntamos. Es como si el mundo de repente se estuviera yendo a la mierda, y dejamos de entender qué carajos pasa. Todo parece que empieza a estar fuera de control. Bueno, malas noticias: no es el mundo, pues este siempre se ha estado yendo a la mierda, al menos desde que lo habitan los seres humanos, no, no es el mundo, somos nosotros.

Mi teoría es que cuando sentimos que todo empieza ir a mal, es que nuestra ilusión, nuestro optimismo, flaquean o comienzan a perecer ante la constatación de que la realidad nos supera. Dejamos de entender lo que está de moda, de identificarnos con la corriente vigente del pensamiento (o la carencia imperante del mismo), empezamos a ser los viejos a quienes el joven Dylan les pedía «que se salieran del camino si es que no podían echar un mano», y sobre los que el viejo Dylan se lamenta, en primera persona en sus canciones más recientes.

Es en realidad que la perpetua mierda del mundo por fin nos apabulla, es que por fin nos comenzamos a dar cuenta de que la cosa no cambiará y nos empezamos a sentir muy fuera de lugar, el Blues de la no pertenencia. La gente que acostumbra usar sus neuronas comienza a experimentar esto en su cuarta década de vida, los que son casi genios o pensadores y observadores puros, desde mucho antes, pero estos generalmente, y por razones misteriosas, no llegan a cumplir 40 años.

La mierda sigue allí, ya estaba antes que nosotros, basta leer la historia de los griegos o de los romanos, o de cualquier imperio perdido, para saber que la idiotez imperante en los EEUU hoy no es nada nuevo, y que en realidad se puede encontrar en cada rinconcito del planeta. La  mierda sigue allí y seguirá. Desesperanzador.

Pero para quien no se puede resignar a pesar de saber eso, podría serle útil recordar lo que dijo Confucio… algo así como, no intentes cambiar el mundo, pues es imposible, cambia tú y así cambiarás en lo que puedes tu entorno. Cosa parecida dijo también Michael Jackson. Y al parecer, la única manera de seguir viviendo en este océano de mierda, es crearse islitas impolutas a pesar de la tormenta. Aunque esto no impedirá que ocasionalmente preguntemos: «Alguien me puede decir ¿qué carajos le está pasando al mundo?».