epitafio dedicado al pasado pesado

Misión suicida del MI6 con harakiri kikirikí.
Enamorarse de la estatua de mármol, esperando un beso candente.
Hoguera de vanidades, esfuerzos perdidos, semen rámen regado en la tierra árida. Por ahí dicen que es pecado.
Demente mentolado mentando madres y olvidado en el descuido de la lejanía.
Te la vives, lejos de Tel-Aviv, preguntando neciamente a las margaritas algo cuya respuesta bien conoces y reconoces en la negativa impositiva de la julieta desbalconada.
No hay peor ciego que el que se niega a ver. ¿Y santo Tomás? Bien gracias, bebiendo y descreyendo.
Ese embrujo nacido de las curvas peligrosas de la dama que bien pudo bailar a la media noche en la fuente de Trevi, atreviéndose a todo, haciendo nada. Embrujo capaz de embriagar al más abstemio y al más bohemio por igual.
Dio la mala suerte que el tino del destino fue el desatino que le haya tocado a él. Al más absurdo de los palurdos, al más trágico de los cómicos, al más necio de los sin-sesos.
Y allí estás, soñando con los ojos abiertos, comprando flores a lo largo de Reforma, subiendo peldaños en el organigrama orinado, escribiendo poemas con métrica matemática y exacta, ideando las frases correctas para conquistarla. El cortejo sólo engendra la palabra de dos letras que cierra todas las puertas: no.
El mundo sigue girando, el desfile de señoritas, algunas de ellas correctas, pasa sin que lo veas, porque te encierras. miopía voluntaria.
Así pasan los días, que mágicamente se convierten en meses, los meses que se deslustran en lustros monstruosos… aferrado a la tabla que se hunde en el naufragio.
La esperanza muere al último, pero los ilusos mueren antes que la esperanza.
Éste es tu pifiado epitafio.

La vida pasa

El tiempo pasa, y no te puedo recordar. Hubieron momentos, hubo memoria, pero ahora, por más que intento dibujar mentalmente tus rasgos, lo único que obtengo es un borrón desangelado.
El tiempo pasa y me hago pequeño. Sin recuperar la inocencia me condeno a la dependencia, a la esclavitud sometida a la piedad de los otros. Ocaso frío, destino compartido en soledad con todos los de mi edad.
El tiempo pasa y veo que todo fue en vano, vanidad de vanidades y pura vanidad. Correr tras el viento, ignorar el momento, apostar con esperanza sin saber que toda causa se pierde más tarde que temprano.
El tiempo pasa y llevo ya muchos años despidiéndome, una de éstas será el último adiós, no es cuestión fatalista, es mera estadística.
El tiempo pasa y nosotros, como los relojes, nos vamos deteniendo poco a poco, o nos apagamos súbitamente.
El tiempo pasa y de un instante a otro… también dejará de existir.

¿Quién quiere vivir para siempre?

¿Quién quiere vivir para siempre? Constante discusión de Lestat con Louis, pensamiento intenso de jaqueca, para el Highlander que así va perdiendo la cabeza y dilema de un judío errante (que sigue equivocándose, sin duda alguna, porque es naturaleza humana, sin importar o exportar la edad).
La vida es importante, y precisamente puede serlo porque no es eterna. De ahí que a mi parecer, prolongarla más allá de la cuenta es un grave error, un acto narcisista que terminará ahogando a más de uno en el río del reflejo (relajo tenso).
Porque en el mundo todo tiene un principio y un fin (aunque muchas veces no tenga objetivo), porque el amor o dura una eternidad, porque la especie se reproduce sin cesar, porque no es sabio aferrarse a un parpadeo, porque el tedio siempre está al acecho. ¿Quién quiere vivir para siempre?

H&I

Hungry and irritable, es una frase que aplica seguido confrecuencia demencial desde hace tiempo a mi persona. No como bien, no duermo bien o no estoy donde debo estar. Comida y conciencia tranquila, son las soluciones a la primera, maletas y poco lastre, supongo que es la solución a la tercera parte. Amarte u odiarte, no hay más sopas para el ego. Ignorarse no es correcto, dejarse tampoco. Esa sensación de que la película se está acabando pero no salen los créditos finales. Desesperante, pensamiento errante, o cero pensamiento en absoluto. Nada aelgra, los raros eslabones pigmeos de felicidad ya no saben como antes, y todo se devalúa, no sólo la moneda. Newton y su gravedad, nos llevó entre sus piernas. Y ese insomnio, tormento del espíritu, aunque sin falta te asalta. Seguiré deambulando esperando la llegada del último tren.