Orlando y violencia

Más de 50 vidas cortadas por un maldito acto de odio o transformadas para el resto de su existencia en este mundo. Cerca de 100 personas, si eran homosexuales, negros, blancos, amarillos, latinos, altos, gordos, delgados, miopes o etiopes, no importa, eran ante todo personas. Un crimen contra toda la humanidad, no se debe etiquetar para bien ni para mal.

¿Cómo se atreven entonces tantos a aprovechar esa calamidad para enarbolar una causa que no sea la paz y el fin del odio para todos? ¿Aprovecharse de esto para una causa que no sirva para unir sino para polarizar y alejarnos? Utilizar esta deleznable acción para buscar derechos de una facción basada en preferencias personales no es correcto. Esos derramamientos de sangre no deben mencionarse para nada más que detener la violencia de manera absoluta, para hacernos pensar que todos, más allá de lo que hagamos o lo que nos guste, somos iguales. El acto en el Pulse no sólo fue conta gente con preferencias personales específicas, así como el del Bataclan en Francia no fue sólo contra gente a la que agrada el rock o el del maratón de Boston sólo contra corredores. Todos fueron golpes inmundos contra personas.

¿Es tan difícil ver eso? ¿Es tan difícil dejar de polarizar el mundo? ¿Es tan imposible aprovecharse hasta de la pena de nuestros semejantes?

La gente muere a diaro, en crímenes absurdos, ya sean violentos como los del Pulse, como los migrantes en algún mar, como los desaparecidos por una mafia o un gobierno que se molesta con sus voces, como los indocumentados en trenes hacia la promesa de los EE.UU., palestinos o judíos asesinados por absurdos odios politico-religiosos; miles mueren por crímenes de omisión, mueren de hambre en África y América, en Asia y Europa.

La gente muere por ser de otro lugar, porque en «su lugar» es imposible vivir, porque su piel es de un color distinto, porque sus creencias son diferentes, porque están cansados de cargar un yugo centenario, porque sus preferencias personales molestan a los inquisidores sexuales. Todos son motivos tan reales como absurdos en su misma naturaleza. Absurdos porque ni siquiera deberían existir.

Al final esto debe parar, no por ningun de esas irrelevantes argumentos y etiquetas que nos diferencian, sino precisamente por lo que todos tenemos en común: somos seres humanos.