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la época del autoengaño

Escribir no es sólo un necesidad de poner en letras algo, así como tampoco creo que componer una canción o pintar un cuadro, sean meramente formas de sacar algo que llevamos dentro. Eso no lo tiene todo el mundo. También creo que en son maneras de tratar de decir algo, de ser aceptados de alguna forma o quizá de trascender. Estas últimas sí son necesidades que tiene todo el mundo.
Trascendencia y aceptación. Todos admiramos a los artistas, al menos eso creemos, pero supongo que la gente sana no admira artistas sino obras, pero bueno a lo que voy es que todos tenemos esa «envidia» de los que crean, de los que dicen, cantan o pintan lo que nos embelesa y que a la vez nos hace patente que somos unos bichos incapaces de volar por esos cielos, o de plano incapaces de volar en lo absoluto.
Idiotamente muchos llegamos a pensar que el fin de la creación es sólo la aceptación, y en verdad esa es una idea más que popular, el eje de la enajenación y el combustible que hace andar el comercio que se quiere hacer pasar por arte.
El dilema de las masas carentes de talento es cómo trascender si no se tiene nada que interese o importe a los demás. ¿Cómo trascender si un editor no se interesa en las pendejadas que uno escribe, o si una galería no mira siquiera nuestras pinturas o la disquera no extiende un contrato para grabar lo que (des)componemos?
La solución fue la democratización del arte, o lo que llamaría el abaratamiento de la fama. Warhol, por más que me desagrade, siempre será alguien que admiro siquiera por su frase respecto a los quince (quizá son cinco) minutos de fama.
La tecnología, principalmente a partir de la revolución industrial, no tiene como fin proporcionar una vida mejor a la gente, dar más comodidad a las existencias y permitir más tiempo libre para el crecimiento humano. La tecnología tiene como fin abaratar las cosas, poner al alcance de los mediocres aquello que sólo tenían a la mano los más capaces, explotar a las masas y enajenarlas y hacer que unos cuantos tengan y conserven el poder.
Recuerdo que cuando comencé a trabajar empezaron a crearse programas de computadora para diseñar páginas y dar un acabado profesional a lo que se escribía, eso fue el principio del fin de los linotipistas y demás gente que trabajaba en talleres de imprenta. También recuerdo que poco a poco boleterías o taquillas que solían ser atendidas por personas, fueron automatizándose, cambios que en un principio fueron bienvenidos porque disminuían cargas de trabajo, pero que terminaron dejando sin ocupación a mucha gente, y así será, ¡cuidado traductores porque muy pronto ustedes estarán sin empleo!
La tecnología, como dije, también puso al alcance de las masas aquello que estaba reservado para los más capaces, para los nobles o para la gente de mérito. Sí, temo que sueno casi como partidario de la monarquía, enemigo de la democracia y del pueblo, pero no, simplemente soy enemigo del abaratamiento a lo idiota. La tecnología ha puesto al alcance de cualquiera esa efímera fama, bastante ficticia en realidad, a través de blogs, sitios de videos, de fotos y de redes sociales.
Alguien dice que todos somos unos artistas de mierda, y para comprobarlo basta navegar por cualquier red social. Mentecatos y mentecatas tomando fotografías con aspiraciones artísticas, o de plano de cualquier idiotez cotidiana, para compartirlas con ese público que simula entusiasmo, pero cuya indiferencia es ocultada para que no le ataquen sus obras propias. Así todos aplauden y se complacen mutuamente, golpecitos en la espalda de los amigos imaginarias que a pesar de ser virtuales tuvieron un origen biológico.
Todos escriben, todos comparten, llegan a la máxima pendejez de creer que están unidos, que pueden derrocar tiranías, cambiar el mundo y de paso ser filósofos y artistas. Más filosamente espontáneos que Wilde, más valientes que el corazón de Wallace, más brillantes que Gromit.
Así estamos en la época de la trascendencia y popularidad virtuales, en el engaño más masivo que ha vivido la humanidad, al menos más inmediato que el cristianismo u otra religión.
Estrellas que creen brillar, que se sienten admiradas, pero que en realidad son lámparas apagadas dentro de una caja de zapatos bajo un colchón.
Diría que es la época del autoengaño solapado por todos para que parezca creíble.
Y sí, con este escrito paso a ser un ejemplo vivo de lo que critico y repudio en estas mismas letras.
Ironía.

junio 24, 2014 at 8:38 pm Deja un comentario


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