madurez tardía

No tengo ánimos de quejarme. Así son las cosas. Lo que no te mata tampoco te fortalece. Pensando que es posible que en 45 años no he sido realista ni objetivo conmigo mismo, que ahora que me toca jugar en las ligas comunes confirmo que no me gusta. Sólo que ahora no tengo otra opción. Hacer trámites infinitos, buscar soluciones de cosas que no sólo me atañen a mí, dejar de dormir por preocupaciones serias, extrañar de verdad el Nunca Jamás y empezar a creer que la niñez es una etapa despreocupada. Puede que hacerse alguien adulto a los 45 sea una bendición, es casi medio siglo de vivir en una gran fantasía, de la que forzosamente todos tenemos que despertar. Puede que sea lo contrario, un despertar que deja mal sabor de boca. No sé si mi error fue querer ser común cuando no siendo nada especial así me sentía; no sé si es el castigo por haber juzgado todo y a todos por tantos años. Ya no fue lo duro, sino lo tupido en estos tiempos. Ahora tengo un rumbo como cualquier adulto. No sé si me gusta o no, simplemente me incomoda. Estoy aprendiendo a que soy un cualquiera con retos que tienen que ver con salud e impuestos, con explotaciones laborales y con gente. Ya no puedo ignorar el mundo, aquí estoy e imagino que no hay de otra sino seguir y seguir, hasta que se acabe la cuerda. Mala cosa es aspirar a ser artista pero querer tener el as bajo la manga de la solidez. El que a dos amos sirve con uno queda mal. Yo siento haber quedado mal con todos. Y la cosa aún no acaba. No es queja, de verdad que no. Ahora sólo es cuestión de encontrar la salida decorosa.