Archive for septiembre, 2012

Sexo

El sexo está sobrevaluado. Es importante, es necesario, pero no lo es tanto como nos lo hacen creer.
El sexo, cuando es vicio, es fomentado por los que viven en mansiones, allá en altas colinas. Es un pecado según los que viven en palacios religiosos, bendiciendo a quienes tienen más dinero y promoviendo el «martirio» de los pobres y los enfermos.
El sexo es una industria que maneja a las marionetas de carne y hueso, absorbiéndoles el seso. Se empaca, se vende, en papel couché, en programas y sueños, se vende en canastas de huevos.
El sexo se equipara al alcoholismo, a los videojuegos, a la TV y al internet, y se mezcla con ellos en cocteles mortales para tu libertad.
El sexo no es malo, no es pecado, es natural, cuando se presenta en el momento ideal.
Malo es cuando te hacen creer que lo necesitas de más, que no eres nada sin él, que debes desear lo que te dictan y no lo que necesitas.
El sexo es parte del consumismo, parte del hipnotismo que te maneja. ¿cuándo vas a despertar?

septiembre 30, 2012 at 12:39 pm Deja un comentario

Sacado del mio Twitter

Twitter es el paraiso de los telegrafistas. Supuesta sabiduría escupida en 140 caracteres. Las buenas frases allí son como tenues flatos perdidos en el huracán de la estupidez. Hoy miraba todo lo que he puesto, Narciso de mis propias palabras, y admito que entro de la media en eso de la insulsez.
De todas esas pedradas a la luna, palabras al viento seco, de más de tres mil «tuits» míos, sólo rescato esto.
Ese lugar deja menos sobrevivientes que el Titanic.

Solía viajar a todos los lugares y épocas, viviendo muchas vidas al año… Después «creció» y ya no tuvo tiempo para leer.
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«¿Y ahora?», dijo él confundido.
«Nada», respondió ella ecuánime.
Él obedeció y se perdió en el horizonte oceánico.
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Ella confundió la bolsa de coca con la de yeso blanco. Tuvimos que llevarla con el escultor en vez de al cirujano plástico.
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«¿Qué hay de nuevo viejo», dijo Bugs Bunny.
«No hay nada nuevo bajo el sol», le respondió meditabundo el rey Salomón.
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«Basta un poco de maíz para corromper a una paloma mensajera»
-Lo pudo haber dicho Samuel Morse cuando trataba de vender el telégrafo
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«Gracias por recordarme que estoy completamente solo», le dijo a ella antes de perderse en el mar de gente, con ironía salida de la herida.
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¿Quién iba a pensar que aquel «te amaré por siempre» tenía fecha de caducidad?
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«¡Llamas a mí!»… y el inca murió consumido por el ardiente fuego.

septiembre 27, 2012 at 12:02 pm Deja un comentario

más de 33

La «crisis de edad» me pegó a los 33, y no ha dejado de doler desde entonces. Y no es que duela tanto, simplemente no se me quita. Han pasado 12 años desde entonces, 12 años de «tiempo extra» es mucho tiempo.
Quizá me explique mejor si digo que por alguna razón siempre pensé que moriría a los 33. «Santo impostor Batman», no era por delirios mesiánicos, simplemente cuadraba todo. 1967-2000, 33 años, buena edad para morir. Desde niño, entonces mi única referencia de muerte digna y a tiempo (aunque la forma en que sucedió fue indigna y cruel) era Jesucristo. Aún no había oído hablar del club de los 27, y aunque hubiese sabido, 1994 no suena a gloria (disculpen quienes hayan nacido entonces).
Desde secundaria no sabía qué iba a estudiar en la universidad, la carrera que me preparara para competir en el laberinto de ratones que es la productividad, ¿para qué desperdiciar tiempo pensando en una profesión si no la iba a aplicar? En cuanto a vocación, por ese entonces no había nada. Medio dibujaba caricaturas (lo más popular a lo que llegué en la secundaria fue que a algunas personas le gustaban mis dibujos), medio hacia historietas caseras. Quizá pensé que en lo que moría podía obtener un trabajo en un estudio de animación, Disney o Hanna-Barbera, pero no era mi vocación porque ese pensamiento se esfumó con el tiempo.
En la preparatoria comencé a leer, gracias a una colección de novela de aventuras que semanalmente sacaba a la venta un título. Creo que fue mi papá quien pensó que eso atraería a su adolescente primogénito a lecturas más serias que los cómics (por entonces no se les llamaba a estos rimbombantemente «novelas gráficas», ¡que estupidez!) y decidió comprarme los dos volúmenes iniciales de la colección. «Oferta de lanzamiento, compre el 1 y llévese gratis el dos», así me hice de Miguel Strogoff y de la Isla del tesoro, Verne y Stevenson, al 2×1.
Nunca fui fan de Verne, ni lo seré, pero debo confesar que en especial esa novela me atrapó. Sí, su estilo enciclopédico aburrido está ahí, pero igual es la más emotiva de sus novelas. Y la isla del tesoro, pues tenía piratas.
Mi fascinación por los piratas data de mi muy lejana ternura infantil. De esa época en que mi carne era suave y tierna, tanto que de haber sido atrapado por una tribu de caníbales (personas con gustos culinarios diferentes, como se les llamaría ahora), ellos no hubieran tenido necesidad de meterme en una olla gigante para cocerme y cocinarme, ya estaba yo «al dente». El disco (de vinil, claro está, 33 rpm, negro como afroamericano de orígenes congoleses) primero que recuerdo era uno de cuentos de Disney, en donde se narraba en el lado A la película de Peter Pan y en el lado B la historia de Bambi (de nuevo el 2X1 en mis iniciaciones existenciales, curioso que no haya yo notado antes este hecho). En la portada, dividida en dos, aparecían en la parte superior Pan y el Capitán Garfio luchando. Ah que niño tan encantado y maravillado por la presencia del capitán. Tan elegante, tan pirata. Desde entonces mi encanto por esos salvajes del mar. Y sí, siempre me cayó mal Pan.
Regresando a mi adolescencia, seguí comprando la colección, aún la tengo, que me condujo a leer grandes autores como Dickens, Dumas y Twain (que me desagrada, debo confesarlo). De esa colección pasé a otra de crimen y misterio y se inició mi pasión por Agatha Christie y Connan Doyle (de quien años después leí un excelente libro de narraciones de piratas, no todo en Doyl es Sherlock Holmes, ténganlo siempre en cuenta).
Por esos años descubrí el Rock. Springsteen y U2 me condujeron a Dylan. Ahí comencé a tratar de escribir canciones, en inglés. Mono imitador, emulador de ecos. Pero Dylan me dio un extra: referencias literarias. Sus canciones siempre me han invitado a leer más, a querer saber más, antes con el afán de comprender las canciones de Dylan, después porque Dylan es como un explorador que habla de lugares que quise visitar, y muchas veces he visitado.
Por ese tiempo leí los 100 años de soledad, y a la mitad del libro, igual por la página 127, me puse a pensar, «si éste hombre escribe esto, es libre de crear mundos». Revelación que me condujo a lo más cercano a una «vocación» que he tenido en mi vida.
Traté de escribir entonces las historias que se me ocurrían cuando caminaba por la calle, cuando miraba a la gente, cuando viajaba en transporte público. Así comencé a llenar libretas, desistiendo de querer escribir malas canciones en inglés.
Un día, conversando con una amiga (que de alguna manera convertí en interés romántico) salió el tema de que a veces yo, cuando iba a tomar una decisión, miraba «signos» a mi alrededor para que me dijeran si la debía tomar o no. Ese había sido un tema de uno de los pequeños relatos que había escrito. Yo creí que esa forma de pensar y decidir era exclusiva mía, pero resultó que mi amiga (que jamás fue novia mía), ¡hacia algo parecido! Buscaba signos. Esa coincidencia me dio valor para mostrarle el relato que había escrito. El que a ella le gustara y me hiciera saber que le había parecido interesante, fue lo que me armó de valor para empezar a mostrar mis escritos.
Bueno ahora saben a quién culpar por recibir tantas palabras mías.
El punto era la crisis de edad. No sé, también recuerdo que desde pequeño he pensado que la muerte está en nosotros. No me refiero a celebraciones mexicanas como el día de muertos. De nuevo fue Disney quien creo que dejó en mi cabeza la conciencia de la muerte. Bambi es la primera película que recuerdo haber visto, y la escena más gravada en mi cerebro es al padre de Bambi diciéndole a éste que su mamá murió, o al menos le dice que no va a regresar (imagino que mis padres me lo tuvieron que explicar).
Siempre he pensado que todos vamos a morir. Ahora si a eso le sumamos la Jolly Roger de los piratas, tenemos como resultado una fascinación por las calaveras.
Realmente no sé para dónde iba cuando empecé a escribir esto hoy, ni siquiera siento que no sea algo que haya comentado anteriormente. Creo que sólo era cuestión de decir algo, sin ir realmente a ningún lado.

Post data: ese primer relato exhibido se terminó titulando «de Chabacano a General Anaya«

septiembre 26, 2012 at 4:57 pm Deja un comentario

Palabra cumplida

Solemos temer a «las enfermedades mortales», olvidando que al nacer contraemos una, irreversible e irremediable, llamada vejez y provocada por el tiempo. Eso lo olvidó también él al ver los resultados de sus exámenes médicos.
Por curiosidades de la vida, producto de la mala costumbre o de las fantasías esotéricas románticas, él al mirar esos resultados esperó la llamada de ella; pero el teléfono permaneció mudo. No hubo llamadas de parte de ella, ni visitas, ni mensajes, ni recados enviados por mediación de terceros o cuartos, vamos ni una postal.
Es cierto que hacía ya muchos años no estaban en contacto, no sabía una del otro, ni viceversa. Pero…
Ella y él se conocieron hacía ya demasiado tiempo, ya había computadoras y teléfonos móviles, pero aún no existía la teletransportación ni se había extinguido la hambruna en África. Fue hace mucho tiempo.
No sé si fue amor a primera vista, pero en ese primer encuentro, accidental, tan pronto se miraron, fue como si se hubieran conocido desde hacía ya tres vidas y media. Click y química. Las conversaciones sin sentido entre ellos tenían toda la razón del mundo, mismo lenguaje y similares gustos. Presentíana cuando a uno le pasaba algo, o cuando a una le invadía la melancolía, era inmediata la llamada, la charla y el aplacamiento de los feos sentimientos.La mitad platónica hecha realidad, cuajando como gelatina fina.
Romance breve, compromiso casi inmediato, cohabitación y alegría.
Pero un día, pasados 10 meses después del año, a ella le dejaron de hacer gracias sus tonterías (que antes la mataban de risa), a él ella no le parecía tan dulce y comezó a hacérsele posesiva, poco después los besos le sabían a él a menos de lo que sabe besar un papel. Comenzaron a aparecer más silencios entre ellos, ni siquiera comentaban las películas que veían, cada vez más frecuentemente de manera separada.
Decidieron cumplir el acuerdo que establecieron poco después de enamorarse: «cuando sientas que no me amas, sólo dímelo, y sin drama nos separamos». Quien dio el primer paso fue ella, y él, con el hercúleo trabajo que cuesta romper la costumbre, cumplió con su palabra y no rogó por una oportunidad.
La separación no ocurrió en un puente medieval con faroles tristes y un viejo saxofón sonando a la distancia; fue en su casa, ella le tenía las maletas preparadas, él las recogió, se dieron el doloroso beso que se le da en la mejilla a quien se solía besar en la boca, y se dijeron adiós. Esa fue la última palabra.
Así pasaron los años, cada quien su vida, por su lado. Él pensaba constantemente en ella, no la comparaba con las mujeres, pocas, que vinieron después; pero a éstas las olvidaba al poco tiempo. A ella siempre la llevaba incrustada en la memoria. Sólo que ¿para qué contactarla? El contrato verbal de alejamiento y silencio se mantuvo.
El día reciente en que él miró los resultados de sus análisis, impacto de la sentencia de muerte vía médica, en la libertad de una calle insensible, ella no le llamó.
Ella no le llamó las semanas siguientes ni los meses que le restaron de vida. Él, firme dentro del convenio tampoco hizo nada por buscarla. Sólo la recordó.
Ella no visitó su tumba ni fue a saludarlo el día del Juicio Final.
Hay gente que cumple su palabra para siempre.

septiembre 21, 2012 at 5:11 pm Deja un comentario

el hombre del traje azul

Mesita de metal, de 55 por 55 centímetros, un cuadrado imperfecto, por los golpes y abolladuras.
Mantel de plástico, con mangos y naranjas desibujados (cuando es mes de la independencia lo cambian por el mantel estampado por héroes, y cuando es navidad por uno que tiene muñecos de nieve con sonrisas cannabicas y bendiciones santaclosas).
Es la mesa en la fonda de comida corrida (que más debiera llamarse «corriente»). El ambiente incluye música de banda y moscas que vuelan como en orgía aérea.
Ante la mesa un hombre, vestido de traje, comprado en la barata ínfima de la tienda del ahorro proletario (que lamentablemente se traduce como: a los obreros, las sobras). Un obrero rara vez goza de lo que él produce, pero eso, queridos, es otra histeria. Enfoquémonos en el hombre que come, que no es obrero, sino burócrata de quinta categoría.
El hombre del traje económico, traje de azulado tono pastel, merengue de panadería, chambelán de XV primaveras, es un fulanito entrado en carnes y en años.
El sístole y el diástole de su corazón son un trabajo mayor, grasa pegada en las arterias, tabaco en placas venosas, la sangre no corre como debiera, y es más negra que su conciencia. De azul, sólo el traje.
Come con gusto endemoniado el plato de grasa caldosa (supuestamente de cerdo, nada kosher, pues el tipo es cristiano y cree que todos los judíos son malos, porque clavaron a Dios en la cruz), acompañado el platillo de pan, mucho pan, de la canastita mosqueada sobre la mesa metálica y abollada.
Los zapatitos del hombre, parecen de juguete, calza un número bajo, y tienen los tacones desgastados y chuecos, pero eso sí, muy lustrosos, siempre: «como te ven te tratan», acostumbra decir muy ufano el fulano que ahora come. Y sinceramente lo tratan como el carajo, de hecho lo que la gente tiene con él no es un trato, sino un maltrato. Así vistiera como el príncipe de Inglaterra, me temo que lo tratarían igual de mal.
Pero no te vayas por el lado equivocado, el tipo se gana bien la enemistad de todos a pulso. ganador indiscutible de la medalla de oro en antipatía.
El fulano es un burócrata, que a lo largo de 25 años ha ocupado con poco orgullo y mucha vileza la ventanilla de pensiones en el Instituto de Seguridad Social, haciéndole la vida difícil, hasta la cuasi imposibilidad, a los jubilados que tuvieron la mala suerte de vivir más años que su vida laboral.
El tipejo de traje azul, abusa del poder que le confiere estar en el ventanuco maldito. Ríe y piensa en futbol, en vez de atender a la gente. Come tortas de jamón y hace como que piensa, sin pensar. Le gusta decir que regresen otro día a los ancianos tras hacerlos esperar hora y media en la sala de la desesperación dantesca, allí, donde todo es dolor y rechinar de dientes. Un completo hijo de puta el tipo del traje azul.
Se acaba su caldo en el restaurante fonda de mala muerte. Ahora viene el bisté a la mexicana. Un vil huarache sin ataduras, con un puñado -de enano- de verduras. Tan grasoso es el pedazo de dizque carne que podría mantener bien lubricado el engrane de un trasatlántico por lo menos durante 367 días.
El burócrata es de cara redonda, mitad rana y mitad cabeza olmeca reducida, con un rictus perpetuo de haber pisado excremento canino en la calle, tiene como única señal de inteligencia un par de gafas, pero no te vuelvas a ir por el mal camino, las gafas son erróneamente asociadas al intelecto. Está científicamente comprobado que el 90% de los cuatro-ojos no leen más que las noticias deportivas (y eso sólo los encabezados), y que su coeficiente intelectual es la justificación perfecta para la invención de los números negativos.
El tipo masca con dificultad, tiene los dientes picados, y sigue consumiendo su trozo de carne de dudosa procedencia (aunque todos supongan que es de res, no diré de qué es).
Éste podría ser un cuento infamil, como los que acostumbro escribir, pero no, tampoco te equivoques con eso. Al tipo nefando que describo no le va a dar un infarto ante esta mesa, como si se tratara de un acto de justicia divina quitarle la vida a un ser tan negativo. No, él terminará de comer, y seguirá con su rutina por mucho tiempo, desatendiendo ancianos, haciéndoles la vida imposible, día tras día y semana tras semana.
Así, hasta que un día él sea otro jubilado más y tenga que soportar lo mismo que a otros hizo sufrir.
Moraleja: hay cuentos infamilies que no terminan con la muerte, sino con mucha vida (y éstos, querida, son los peores finales)

septiembre 19, 2012 at 5:51 pm Deja un comentario

N-O

«No», dos letras que juntas, en ese orden, son como la luz roja en el crucero de autos, como la señal que te dice que no intentes ganarle al tren expreso, es la palabra que te niega siquiera un beso, la versión simplificada del «ciérrate sésamo».
«No», cuando se expresa es el muro límite cuyo traspaso debe evitarse, la autoridad que impide continuar, el botón rojo que aborta la misión, a partir del no, lo correcto es regresar con la nave a casa.
«No», debe ser la contundencia de un punto final, cierre de historia, ninguna histeria.
Pero lamentablemente la teoría rara vez se transforma en práctica en el mundo real.
Necios navegando idiotamente en el océano de la necedad.
¡Cuántos problemas se evitarían si todos respetáramos tan sencilla negativa!

septiembre 18, 2012 at 7:16 pm Deja un comentario

Dando largas

Como el hombre que se sabe dañado físicamente, temiendo ir al médico para que le constate lo que teme, así le he dado largas al examen de sangre que debe indicarme que mi nivel de triglicéridos ha bajado. Cosas de la pinche edad, ahora lo que como me hace daño, lo que subo cuesta bajarlo y como siempre, me da pereza trabajarlo.
Estoy en ayunas desde las 7 am, para irme a hacer la prueba draculiana. Ya son las 10, y sigo sin salir de casa, haciendo nada, pretextos y más pretextos. Que actualizo mi twitter, que busco a alguien en facebook, que inicio un cuento con una posible coautora y que pongo esto en el presente blog.
Pero el estómago protesta, «si no vas a sacarte esos análisis hoy, ya dame algo de comer, maldita sea». De esa manera, echo la moneda, cae en el lado que me dice que tengo que ir. El estómago se sigue quejando, yo acepto al destino, y como de costumbre llevaré al estómago conmigo.
Sin más que me permita alargar este texto sin sentido, me despido, por el momento actual, poniendo el punto final.

septiembre 18, 2012 at 9:02 am Deja un comentario

Fantasmas

Caminando se activa la circulación (me refiero a la sangre y no la de autos en las atestadas calles de esta ciudad imposible), y ello creo que activa al cerebro también. Muchas han sido las ideas que caminando han llegado a mí. La de hoy es de las mejores, y si yo tuviese algo de disciplina, digamos 50 mg. al menos, en verdad que investigaría el tema, pero pues no tengo eso. La idea es esta…
Lo que nosotros llamamos fantasmas no son espíritus de gente que vivió en este mundo, no, no son personas que tuvieron carne y hueso y alma animosa, no, de hecho son manifestaciones de energía de creaciones de nuestras mentes, en otras palabras, los miedos que la gente tiene y que ha tenido en la historia, se convierten en sustancias que a su vez generan miedo, y por eso el miedo se queda en el mundo. Sustancias que crean seres etéreos de colores diversos.
Esos miedos, toman formas y personalidades de gente, principalmente, que conocemos. A veces invaden nuestros sueños, pero su mayor gusto parece radicar en convertirse en esas imágenes o entes que solemos denominar fantasmas. Y la clave de su inexistencia previa, en el nivel de materia, huesito y pellejo, es que… si fueran espíritus de quienes sí vivieron, aparecerían desnudos. Sí, pues la ropa no tiene espíritu ni muere con quien se fue. He ahí la prueba.
El miedo es el huevo de su propia gallina (¡EPA!, ¿qué tal si paso a la inmortalidad por esta frase?), así, al manifestarse el miedo, en esas fantasmales visiones, causa pavor en el espectador, quien al temer genera un miedo nuevo (y recuerda que sólo Judas te mió). haciendo que las visiones se reproduzcan en el mundo, sin que les importen las fronteras, pero regionalizándose, para parecer algo familiar a los locales.
Ahora, como ya me aburrí de la idea, retomo el inicio, es decir, cuántas ideas, algunas valiosa algunas carentes del más mínimo valor, se generan en el mundo (sin contar los miedos, por supuesto)… de ahí supongo que sólo unas cuántas llegan a plasmarse en un libro o en un medio electrónico, y de allí a desarrollarse hasta ser merecedoras del Nobel (bueno el Nobel se lo dan al tipo cuya cabeza fue el nido donde se empolló la idea).

Pero como soy perezoso e indisciplinado, aquí, en este correo electrónico a guisa de botella con mensaje, arrojo mi dea sobre el miedo y sobre las ideas en sí.

septiembre 11, 2012 at 12:31 pm Deja un comentario


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